“Mi muñeca me miró”
“Estaba quedándome dormida, cuando siento que algo se movió, abro los ojos y observo a mi alrededor, me percato que mi muñeca ya no estaba en la repisa donde siempre ha estado, de repente siento unos pasos y miro hacia abajo entre penumbras y su rostro angelical había cambiado a una cara horrenda y maléfica, corro a prender la luz y ya ese rostro se había ido… pudo haber sido mi imaginación…”
Relatos como éste o similares, que refieren a muñecas de porcelana, trapo u otros materiales, que se encuentran o “residen” en algunos hogares de diferentes partes del mundo; son un tópico recurrente en algunas tradiciones culturales, en el cine o cuentos del género terror. Las figuras más comunes son hechas de porcelana decoradas a mano y también las muñecas cuyo cuerpo de trapo y cabeza de loza están vestidas con trajes de la época victoriana. Desde luego que existen muchas otras de diferente tipo, pero todas ellas tienen como rasgo común las caras inocentes, angelicales, apelando a un tipo de belleza que supone delicadeza y ternura, pero que por alguna razón desconocida, adquieren la facultad de moverse y en consecuencia aterrorizar.
Hay quienes poseen estas muñequitas y sienten una simpatía hacia ellas, esa, se supone, fue la intención del fabricante; pero hay otros sin embargo, que tales figuras les producen una total y completa antipatía o recelo.
Frente a esto surge la pregunta ¿porqué se genera una percepción especial y ambigua hacia tales muñecas? Partiendo por lo más básico, la razón radica, primeramente, en su parecido con los rasgos humanos, ojos fijos que simulan la acción de ver, cuerpecillos quietos que recuerdan las poses humanas, y , seguramente, que no son objetos de arte representativo como podría ser una escultura o una estatua, sino “acompañantes” en la intimidad del hogar.
El proyecto, “Mi muñeca me miró”, se basa en la búsqueda de esa representación imaginaria que se puede inscribir en el tema del animismo, la magia simpática y el Vudú; territorios que desde la antropología y la psicología procuran explicar ciertos miedos interiores y atávicos que aparecen en los objetos citados.
Es aprovechando esas dimensiones humanas, terrores arcaicos o proyecciones infantiles, es que mi propuesta busca, mediante los materiales pertinentes: arcilla, engobes y esmaltes, hacer evidente esa sensación distorsionada o imaginaria que acompaña a dichas muñecas.
Consecuente con lo anterior, el enunciado “Mi muñeca me miró” expone y sobrexpone: por una parte la presencia siempre subjetiva y compleja de la percepción, y por otra parte la sospecha de que lo vivo se expande en los objetos inanimados, especialmente en los antropomórficos, ciertos juguetes y figuras cuyas finalidad es decorar inocentemente la vida desde sus repisas o vitrinas; Quiero decir que tras el hombre contemporáneo, modelado por la influencia técnico-científica, las explicaciones psicológicas, sociológicas o filosóficas, pervive el hombre primitivo, aquél hombre que se refugia en las zonas más arcaicas del cerebro, aquél hombre- hermano nuestro- que se aterrorizaban por sus sombras en las cavernas hace miles de años.